Delfín azul
- “Vagabundo del mar”
Medio día,
las aguas color del cielo se mueven con desgano alrededor de la quilla del
Delfín Azul, un hilo, de espuma blanco por la popa, va marcando el camino
recorrido como el de Ariana. El espejo del cielo refleja pequeñas ovejas de
lana mientras el sol brilla en el cenit.
Delfín Azul con sus velas desplegadas avanza con andar ligero imitando el vuelo
de las gaviotas. Estoy sentado al pie del mástil entre la mayor y el foque, con
mi sextante en las manos, tratando de tomar una meridiana, (es la medición del
ángulo del sol con respecto al barco, esta medición permite establecer la
posición del velero en el mar, para luego transferirla a las cartas.). Laura
con mano firme lleva la rueda del timón; desde mi lugar la observo mientras el
sol acaricia su piel, es hermosa, su
pelo castaño al viento, la blusa celeste sin botones cerrada sobre su cintura
con un solo nudo, las piernas largas delgadas, ligeramente separadas, para
mantener equilibrio y acompañar el movimiento del barco, nacen de unos
minúsculos pantaloncitos jeans, deshilachados y descoloridos, los ojos fijos en
el horizonte y una sonrisa de felicidad dibujada en sus labios.
Mi mente vuela al día que nos conocimos; eran ya
varias semanas que estaba navegando, había zarpado de un puerto Italiano en el
Mediterráneo, vagabundee unas dos semanas por aquel transparente e inestable
mar, hasta que, imitando los antiguos navegantes decidí pasar las columnas de
Hércules y salir al Atlántico.
Después de casi un mes de navegar en solitario y
acercándome a las islas Canarias, sentí la necesidad de tocar tierra, de
encontrar gente para conversar, para sentir de nuevo el calor humano. Me dirigí a Tenerife en el sur al puerto de
los cristianos. Unos días después atracar en la marina conocí a Rudy, un alemán
ex vagabundo del mar, el cual después de dar dos veces la vuelta al mundo en
solitario, llegó a la isla y no pudo zarpar de nuevo; quedó enamorado del sitio
y de una linda Canaria todo fuego y simpatía que le dio dos chicos hermosos los
cuales fueron capaces de frenar para siempre aquel ímpetu aventurero, y lo
anclaron definitivamente a tierra. Ahora, pasa las tardes escuchando cuentos de
mar y tierras lejanas que le recuerdan su antiguo vagabundear, reuniéndose con
cuanto navegante llega al puerto.
Deseoso de escuchar las narraciones de mi viaje, Rudi
me invitó a cenar en su casa, con la excusa de hacerme conocer a su familia y
presentarme a una amiga viajera, que estaba pasando unos días con ellos. Esa noche
conocí. Laura, que estaba de paso, venia de La tierra del Fuego; después de un
largo viaje por el que había visitado varios países de Europa, última etapa
Canarias y de allí regresaría a su País. Inmediatamente logramos comunicar,
algo de ella me atraía, posiblemente su perfil Indio, su pelo negro liso que
contorneaba un rostro sonriente de mirada liberal. No podía despegar mi vista
de sus ojos oscuros y profundos como el mar austral; ella no hacia más que
preguntarme sobre mi viaje y mi vida; noche mágica, entre copas de vino, la
abundante comida, el conversar alegre de los amigos.
Terminada la cena y al despedirme de mi amigo, ella
quiso acompañarme al barco para conocerlo. Conversando, riendo y caminando la
llevé hasta el Delfín Azul, subimos al velero y sin mediar palabras nos
abrazamos bajo las estrellas, solo la luna y el viento fueron testigos de cómo
nos amamos. El ardor, la pasión, la inmensa ternura, abrazos, caricias, besos,
mientras Delfín respondía a nuestros gemidos y suspiros, con crujidos y
golpeteos de jarcias. El amanecer nos encontró abrazados, nuestros cuerpos
fundidos en uno solo.
Esa misma mañana le pedí a Laura si quería acompañarme
el resto del viaje, ella acepto sin titubear.
A los tres días zarpamos con rumbo a Martinica, en el
otro lado del Atlántico, una travesía de aproximadamente. 2.800 millas.
Deje el sextante en la mesa de carteo y me acerque a
Laura, que permanecía al timón, la estreche
en mis brazo besé su cuello, mis manos buscaron bajo la blusa azul los senos
desnudos, los apreté, acaricié, sentí como se estremecían entre mis manos, Laura
volteo hacia mí y me ofreció sus labios con sabor a mar; conecte el timón
automático y dejamos que el barco se gobernara solo. Delfín Azul volaba ligero
sobre las olas, desabroche el nudo de la blusa, mientras Laura abría el botón
de los pantaloncitos y los deja caer... maravillosa visión, la más hermosa de
las ninfas estaba desnuda frente a mi... besos, caricias, más besos, nuestros
cuerpos se unieron mientras las gaviotas volaban sobre nosotros, el sol del
mediodía cómplice de nuestra pasión sonreía en el cielo, amor, divino amor. Delfín
sentía como nuestro sentimiento crecía e invadía a cada rincón del navío.
Los días pasaban unos tras otros, nuestra embarcación
devoraba milla tras milla, todo procedía bien, un viento constante nos propulsaba,
ya habíamos recorrido más de la mitad de la travesía.
Aquella mañana había en el aire algo que me
inquietaba, no lograba entender que estaba pasando, pero algo me molestaba;
baje a ver los instrumentos y en seguida entendí el porqué de mi inquietud: el
barómetro había bajado varios milibar y continuaba su descenso, el viento
estaba girando al noroeste; señal que una depresión estaba acercándose, la
primera desde que zarpamos. Encendí la radio para escuchar los boletines del
tiempo con avisos a los navegantes, pero no pude encontrar ninguna emisora al
alcance, subí a cubierta y vi que el mar también estaba cambiando, el oleaje aumentaba,
señal inequívoca que se estaba acercando la tormenta y no demoraría mucho en
llegar; decidí reducir la superficie de las velas, no deseaba correr riesgos,
mejor estar prevenidos. Le pedí a Laura que revisara todo el barco, guardara y
fijara cualquier objeto que pudiera moverse, luego que subiera las chaquetas para
protegernos del frio y la lluvia y los arneses de seguridad, ya estamos listos
para recibir el temporal; este no se hizo esperar, llego furtivamente, primero
vimos como en el horizonte iban apareciendo enormes nubes grises oscura , casi
negras, el cielo se ensombreció, debajo de los nubarrones venían olas cada vez
más grandes, empezamos a escuchar el rugido tenebroso del mar embravecido, el
ulular del viento, a lo lejos una saeta se precipito en el mar, retumbó el
trueno, la voz embravecida de Neptuno reclamando a Vulcano por los dardos
enfocados que deja caer al mar, una lucha de titanes se acercaba a Delfín Azul,
inerme espectador...Le grite a Laura, para que me escuchara, en medio del tronar
de los elementos - Baja y ponte el traje de tormenta con el arnés de seguridad,
no vuelvas a cubierta sin el arnés puesto y si te quedas abajo mejor, más
seguro y una preocupación meno para mí. -Voy por el traje y subo tu arnés
también, no puedo quedarme abajo sabiéndote en peligro.
Una ola enorme sacudió el barco haciéndolo inclinar
peligrosamente a estribor; Laura cayó rodando por las escalerillas y fue a
parar bajo la mesa de carteo. Luchando por mantener el timón, logre que Delfín
se enderezara de nuevo, el rugido del mar subía ensordecedor, el viento ululaba
y silbaba con estruendo al pasar por las jarcias, Vulcano continuaba su lucha
sin cuartel lanzando saetas y rayos por todas partes. Demasiada vela había que
reducirla, el barco escoraba demasiado bajo las ráfagas del viento huracanado. Deje
Laura al timón y gateando por la cubierta me arrastre como pude hasta la base
del mástil; después de minutos que parecían siglos, logre bajar la mayor por
completo, dejé el foque reducido a tormentín para que permitiera maniobrar el
barco. Un grito aterrador de Laura, - Olaaaaaaaaaaa.- Me avisaba de una
descomunal montaña de agua rugiente, que nos estaba llegando por proa, el
tiempo de abrazar el mástil con todas mis fuerzas y toneladas de agua y espuma,
se precipitan sobre cubierta, estuve completamente sumergido, la furia del mar
trato de arrancarme del mástil, no podía respirar, solo la desesperación lograba
mantenerme sujeto al palo, miré hacia el timón; horror... Laura estaba tendida
bajo la rueda del timón, sin fuerzas, sujeta únicamente por el arnés, ese
diabólico artefacto le había salvado la vita; me levante como pude, las manos
sangrando, todo golpeado y magullado, casi ahogado, salí dando tumbos y
traspiés hasta llegar al timón, la ayude a levantarse, un segundo para
cerciorarme que estaba bien , una nueva ola nos embistió, abrace a Laura con
todas mis fuerzas, Delfín enfilo la proa en el mar, siempre más abajo, por unos
segundos largos como la eternidad, quedamos petrificados...el tiempo no pasaba,
todo se desarrollaba en cámara lenta; la proa bajaba hacia el fondo del mar
mientras la popa se levantaba peligrosamente, la botavara corría de un lado a
otro golpeando con furia las burdas, estábamos por dar la vuelta de campana, el
barco estaba por hundirse, todo terminaría en pocos instantes... Un grito de ira
salió de mi garganta -¡Delfín Azul! hijo de puta, resiste lucha, saca esa proa
del agua y condúcenos a casa- El Barco se sacudía, gemía, rugía, toda su obra
muerta crujía, un enorme nos avisaba que
la vela de proa había desaparecido en miles de fragmentos, lentamente en un último
esfuerzo, la proa fue emergiendo, las olas fueron apartándose, Delfín respondió
con un rugido; Laura, llorando, se estrechó más a mí. El Barco había ganado la
pelea a Neptuno, obligándolo a retirarse...Con la misma velocidad que nos había
llegado, la tormenta se alejaba de nosotros, no había logrado doblegarnos.
Laura, ya más tranquila, bajo a preparar café caliente
con bastante ron para calentarnos y relajar nuestros nervios.
Tres días después de la tormenta navegábamos veloces
hacia nuestra primera meta, una pequeña isla desierta, en las islas Vírgenes,
cercana a Martinica; mi compañera estaba terminando de ordenar el caos reinante
bajo cubierta. Es increíble como el mal tiempo puede crear tanto desorden en un
barco. Yo estaba en cubierta, reparando desperfectos, mientras Delfín Azul con
las velas infladas por un generoso viento enfilaba su valiente proa hacia el
océano; el sol de la mañana calentaba el aire con sus rayos dorados; nuestras
amigas las Gaviotas, regresaron y volaban a nuestro alrededor, jugando alegres
con el velero que le sonreía orgulloso. Vi llegar hacia nosotros una manada de
delfines, nadando y saltando, de la manada se separan dos enormes y hermosos
ejemplares que se unieron a nuestro andar, frente a la proa del bote. Laura sube a cubierta mira que hermosos animales nos
están acompañando. Ella vino corriendo la tomé de la mano y la acompañé a proa
para presentarle nuestros nuevos amigos. -Te presento al Señor y la Señora
Delfín, quienes decidieron viajar un rato en nuestra compañía. –Hermosos, hola
chicos soy Laura, ¿nos van a acompañar un rato?- Los delfines contestan con un
salto acrobático; ahora la Señora Delfín nadaba de espalda, el dio varias
vueltas sobre sí mismo y volvió a caer en el agua. -Te ha visto y te saluda con
su cabeza, observa como nadan juntos, se tocan, se acarician, se sumergen,
saltan, se hunden, regresan, saltan y unen sus hocicos, un beso de amor, el
salta ella lo mira, ahora se da vuelta en el aire, juntos nadan, se rozan.
La mano de Laura tomó la mía, la estrechó con ternura,
se acercó y apoyó su cabeza en mi hombro, una lágrima corrió por su mejilla, la
observé en silencio, y ella me dijo “Es una lágrima de felicidad.”- La estreche
a mí y la bese, nuestros amigos del mar mandan un grito de saludo.
Desde aquel momento el Señor y la Señora Delfín navegaron
a nuestro lado, muchas veces he visto Laura sentada en el pulpito de proa, con sus largas
piernas colgando fuera del barco, hablar con la señora Delfín ¿Qué secretos
estarian contándose esas dos mujeres?
En el horizonte apareció nuestra isla, primero como
una línea gris, poco a poco reconocí su pequeña colina, ya se veían las
palmeras mover sus verdes ramas al viento. Baje la velocidad del velero
desventando un poco las velas, Laura en el pulpito de proa, esperaba la voz de
aviso para dar fondo al ancla: lleve con cautela a Delfín Azul hasta la zona más
protegida de la ensenada, proa al viento y al grito de "ANCLA" Laura soltó
la cadena y el ancla cayó al mar con ruido sordo. En pocos minutos amaine las
velas, asegure el barco y bote al agua el bote auxiliar con el pequeño motor de
9 hp.y nos dirigimos a tierra.
Que sensación extraña tocar tierra después de tantos
días en el mar. Ella caminaba por las arenas, bamboleándose como borracha, me
reí de su bamboleo y ella se enfureció. Habíamos llegado a mi bahía de sueño,
una ensenada a herradura de caballo con una larga playa formada por dunas de
fina arena plateada, en el borde interior tres largas filas de altos cocoteros
le servían de marco, un cúmulo de piedras por el occidente interrumpía la
monotonía del paisaje, en el otro extremo afloraban, unas formaciones coralinas
rodeadas de espuma blanca. Laura extasiada por la belleza del paisaje me dijo
-Solo falta Robinsón Crusoe y el paisaje está completo. - ¿Que más Robinsón que
yo?-
La deje pasear por la orilla mientras me trepaba en
una palmera de la que lance al suelo unos cocos maduros que nos servirían como
bebida para acompañar las dos langostas que pesque buceando en la bahía.
Después de comer nos tendimos en la arena a
holgazanear bajo el cálido sol tropical. En la lejanía vimos el señor y la
señora delfín saltar y nadar en el medio de la ensenada. Laura que se había
quitado la blusa y el pequeño pantalón quedando desnuda, como una Sirena,
corrió, hacia el mar y se zambullo nadando hasta los delfines: La perseguí
corriendo, mientras dejaba mi traje de baño en la arena...nuestros cuerpos se
encontraron en medio de las aguas azules, mis manos la acariciaron mientras se
hundía en las profundidades, me sumergí tras de ella, la alcancé, abracé y
bese; los delfines nos rodearon jugando, emergiendo mis labios se posaron sobre
el pubis de Laura, ella se estremeció, sentí como sus manos acariciaban mi
cabeza y me invitaban a prolongar el beso y el placer, mis manos tomaron sus
senos, mientras nos uníamos, la voz de los delfines sonaba como una melodía
mágica, sentimos llegar el máximo placer de la vida; un hombre y una mujer
juntos en el acto supremo.
El sol iba bajando al horizonte tiñendo de fuego el
cielo; salimos del agua mientras el astro sumergía su disco en las
profundidades del océano. Ella quiso quedarse en la orilla hasta que la luna
llena remplazo al astro alto en el cielo, regando hilos de plata en el mar.
El día siguiente levamos anclas hacia nuestra última meta
juntos. En Martinica, Laura nos dejaría
para tomar un vuelo que la llevaría de vuelta a su casa y a su Familia. La
navegación fue lenta y silenciosa, ella casi no subió a cubierta, trataba de no
encontrarme, deje el timón pocas veces y solo para hacer algún arreglo a las
velas; hasta el sol se escondió tras una cortina de nubes grises. Las gaviotas
tomaron altura y se perdieron en el espacio infinito, los delfines después de
un último salto, dieron la vuelta y se fueron en busca de su manada.
Todo llega a su fin, la felicidad nunca es eterna, se
alterna con momentos de tristeza y dolor, dicen que estos momentos son
necesarios para que conozcamos y apreciemos más a la felicidad y el amor; puede
ser cierto, pero no logro entenderlo. Porque la felicidad no puede ser para
siempre, debe haber una forma de alcanzarla y no perderla nunca más...
Llegamos a Martinica, en un día gris, el sol
continuaba escondido detrás de las nubes, del cielo caían pequeñas lágrimas, el
mar había perdido su azul intenso, la alegría de otros tiempos estaba ausente.
Laura subió a cubierta con su mochila al hombro y el
bolsón en el que llevaba todas sus pertenencias, se me acerco y viendo mis ojos
húmedos, beso mis labios.
- Sabias que este momento iba a llegar, lo dos lo
sabíamos...amo la aventura, pero como mujer necesito tener raíces; tengo una
familia que me espera. Tu eres un solitario, un ser libre como esas gaviotas
que vuelan a nuestro alrededor, no puedo obligarte a dejar tu vida, tu
libertad. Si te obligara a quedarte en tierra, serias un animal enjaulado y no
deseo esto para ti; hemos sido muy felices estos recuerdos nunca nos
dejaran...Te quiero.
La ayude a bajar sus cosas al bote auxiliar, luego
fuimos navegando al muelle donde ya la esperaba el taxi que la llevaría al
aeropuerto. Nos abrazamos, un último beso y el taxi la fue separando de mí.
Delfín Azul, sin Laura abordo ya no era el mismo
barco, ella se llevó la alegría.
Sentado en popa, acompañado por una botella de ron y
mis tabacos, pase la noche navegando el timón automático puesto, el barco se
quejaba con una serie interminables de crujidos, golpeteos, sonidos que subían
desde el fondo mismo del mar, el viento pasando entre las jarcias silbaba una
triste melodía...En la mañana temprano decidí poner rumbo a Panamá, pasaría por
el canal y luego me perdería en las inmensidades del Océano Pacifico. El tiempo
y la distancia se encargarían de curar y hacer olvidar.
A.M. 9/8/2003
Revisado y reeditado 31/03/2017
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