Los complejos de una
joven tuerca
Sentado
detrás del gran escritorio de roble, en la mullida butaca de piel marrón, me
entretengo mirando los blancos algodones que se mueven en el cielo azul rojizo
del atardecer. El último paciente se ha retirado. Un día tranquilo, sólo la
tuerquita vino a su consulta, la pobre tiene un problema, sufre de una fobia
rarísima, le gustaría tener sexo pero tiene terror a ser enroscada. Es una
tuerquita joven, de acero inox, toda brillante y reluciente, viene de una
familia europea, su rosca milimétrica es virgen, nunca ha sido penetrada por
tornillo alguno, ni siquiera ha sido abrazada por un alicate. La primera vez
que vino a consulta estaba muy asustada, temerosa, apenada diría, claro visitar
al siquiatra no agrada a muchos. Se sentó y quedó en silencio esperando yo iniciara
con mis preguntas̲̲. Mantuve su mirada y no hablé, sólo sonreí para infundirle
confianza.- Dr. Creo tener problemas, cuando veo algún tornillo comienzo a
temblar, no puedo controlarme y me escondo en el fondo de la caja, siento un
pánico enorme, no puedo respirar, comienzo a sudar frío y tiemblo toda no
controlo mis movimientos, es terrible. ̲
Tranquila, respira profundo y mírame, soy tu amigo, habla libremente cuéntame
lo que desees, te escucho. ̲ En aquella primera sesión entendí que la pobre
tuerquita había sufrido un fuerte trauma cuando estaba saliendo de la línea de
producción. Tenía que lograr que lentamente llegara a revivir el momento del
mismo para liberarla de sus complejos.
Pasaron
varios meses, la tuerquita parecía mejorar, lentamente iba progresando, me
decía que ya no corría a esconderse en el lado más oscuro de la caja y algunas
veces hasta lograba asomarse y mirar a escondidas a los jóvenes tornillos de la
caja vecina. ̲ Anoche soñé que estaba en
la línea de producción, donde nacen las tuercas y los tornillos. Dos cintas de
goma negras rodaban a lo largo del salón oscuro, un ruido infernal, pitos,
sirenas, golpes de yunque llenaban el ambiente, desde unos tubos gigantescos
escupían tuercas y tornillos de todos los tamaños, éstas en la cinta de la
izquierda y los tornillos en la otra. Me vi caer en la cinta, contorneada de
otras tuercas, unas gemían, otras rodaban hasta caer, otras lloraban y algunas
gritaban con chillidos metálicos. Miré la cinta a mi lado y en medio de muchos
tornillos de todos los tamaños vi uno pequeñito, de acero, asustadísimo gimiendo,
cuando notó que lo miraba con curiosidad, sobreponiéndose a su temor me sonrió
y sus ojos no se apartaron de mi hasta que cada uno no terminamos en nuestra caja. Al final del recorrido había unas
mujeres, en batas azules y guantes, que tomaban las tuercas y los tornillos,
los examinaban, y los defectuosos los tiraban en un cesto, el cual una vez
lleno venía transportado a un horno inmenso en el que los echaban para ser
fundidos de nuevo . ̲ Lentamente estábamos llegando al trauma escondido en el
fondo del subconsciente de la tuerquita. ̲ Para hoy es suficiente linda, ya te
ves mucho mejor- ¿De veras lo cree doctor?- Sí, creo que pronto estarás bien y
podremos disminuir nuestras sesiones, te espero la próxima semana a la misma
hora, hasta la próxima pequeña. En realidad esa fue nuestra última sesión, no
regresó nunca más a consulta. La encontré algún tiempo después, fue cuando me contó que
aquella tarde, regresando a su caja, se encontró con el tornillito del sueño. -
El me miró y me sonrió, sentí una emoción extraña como hormiguitas subiendo por
mis venas, el corazón me latía fuerte y las rosquitas milimétricas se me humedecieron.
Él vivía en la misma ferretería dos cajas más adelante de la cajita de ella. -
Es tan atento, tan gentil, piense que la primera vez que me amó puso aceite
“Formula mecánica” en mis rosquitas vírgenes, para lubricarme bien.
̲ En aquel momento nació el amor, los dos
felices se fueron a vivir juntos....Así la tuerquita encontró su felicidad ¿Se
había curado de sus traumas? Quién sabe y qué importa, lo importante es
encontrar la felicidad.
Como analista siempre he sabido que algunas
veces las pacientes pueden enamorarse de sus médicos, lo que no sabía era que yo
podía quedar enamorado de la tuerquita.
A.M ©
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