La muerte de José Arteaga.
Sentía el frío del asfalto sobre
su rostro, mientras veía
correr trozos de su vida pasada, como
en una película, en cámara
lenta: “El día
de su
matrimonio con María, su primer hijo, el primer artículo escrito para el periódico,
la llegada de su
segundo hijo.”
– ¡María me voy, me han matado cuida de los
niños!
–De pronto
todo se oscureció, luego aparecieron unas
centellas de luz, un dolor indefinido, mucha angustia; poco
a poco fue asomando un sentir de quietud de paz.
–Coño este
tipo si es bravo,
le metí cuatro
tiros y todavía respira.
– ¡Ñato! vas a tener que mejorar la puntería ya no matas al
primer tiro, como lo hacías antes.
–Mierda, este
periodista hijo de
puta, cuando le apunté,
me miro fijo a los ojos
y no pude disparar bien.
–
¿Ahora me vas
a contar que tienes corazón?
–No digas pendejadas marico.
–Bueno deja de hablar y en nombre de la revolución remata a este cabrón.
–Le llegan:
voces roncas susurrando,
sonidos indistintos, ruidos
confusos. Se acerca un auto, acelera y
huye. En el frío de la noche se
escuchan risas. En su mente aparecen más
recuerdos:
La dictadura, las
torturas, los presos políticos; el pueblo cada
vez
más hambriento, mientras los jerarcas se enriquecen. El periódico es la única voz contra el Comandante y
su grupo.
–Yo escribo,
público. María, los niños; ya no percibo el dolor.
–Arteaga
debes entender que esta
es
una revolución en bien
del pueblo.
– Señor, antes yo también lo creía, pero la corrupción y la falta de libertad están pudriendo las mismas razones de la revolución.
– Siempre hay víctimas y errores en todo cambio, es
el precio que se debe pagar. No seas estúpido, acepta un cargo en el exterior, una buena
cuenta en Suiza y deja
de joder con tus ideales.
– No es cosa
de ideales, no podría vivir con migo mismo,
sabiendo que con mi silencio seria cómplice de
que cientos de ciudadanos sean vejados y que mi pueblo no
tenga libertad.
–Tienes
familia piénsalo
La película se
acelera, es un torbellino,
miles de recuerdos, cientos de ideas dan vuelta en su agonizante
cerebro.
–Me
han
matado para callarme, mi pluma los
hacía temblar, no pudieron
comprar mi silencio. Mañana cientos de voces se levantarán y pronto seré vengado.
–
Mira el
cabrón como sangra y
se queja, cuando escribía
sus boludeces,
en el
diario, no se
lamentaba tanto.
– ¡Date prisa! Deja de hablar “guevonadas” y termínalo
de una.
–
¿Por
qué tengo que ser yo a terminarlo? ¡Hazlo tú!
– ¿Vas a arrugar, ahora me
vas
a salir con esa
vaina de arrepentimiento? El Jefe
nos dijo que lo jodiéramos, y tú lo mataras ¿Le
vas a desobedecer?
– “BANG
F.N. ©
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