Un encuentro Casual
Esta carretera que no termina nunca, que
sube y baja por colinas y valles, es una interminable lengua de asfalto que se
proyecta al infinito, contorneada por infinitas hileras de pinos y abetos, de
vez en cuando, aparece una finca o un pueblo lejano, olvidados por el tiempo, formando
un monótono paisaje, verde y gris.
Esta mañana, como todos los lunes del
verano, voy conduciendo, medio dormido, a lo largo de sus rectas y curvas.
Estoy regresando del campo en el que mi familia acostumbra pasar sus
vacaciones. Los kilómetros pasan por mi parabrisas en forma de árboles y
granjas en movimiento, el aire condicionado de mi Honda trata de lograr una
temperatura casi aceptable, un “CD” difunde los blues de Eric Clapton, esa
música logra en mí un efecto casi sedante.
Al salir de una curva vi un auto parado en
un lado del camino con una llanta vacía. Reduje la velocidad, su pasajera,
apoyada en él, con aire desesperado, miraba la llanta desinflada; decidí parar
y prestar ayuda.
No soy de los que paran en carretera para
auxiliar al primero que haga una señal, más bien siempre digo que no es bueno
parar puede ser peligroso, y si no lo es, lo meno que puede pasar es una enorme
pérdida de tiempo con un desconocido. Por costumbre acelero y me hago el que no
vio. Esta vez algo hizo que me detuviera. Posiblemente fue la cara de angustia
de la infortunada pasajera, o las formas de su cuerpo nada despreciable. Vestía
una blusa blanca, sobre una falda beige muy ceñida, que resaltaba un busto
firme y sólido, el pelo castaño, liso, suelto sobre los hombros servía de marco
a una espléndida cara con ojos marrones intensos y labios húmedos, ligeramente
coloreados.
–¿Hola necesitas ayuda?
– Creo que sí, estoy desesperada no sé qué
hacer.
– Una llanta vacía no es tan grave, deja
que yo la cambie.
– Este es el problema, la de repuesto
tampoco tiene aire, no sé cómo pasó, probablemente mi hijo, algunas de las
veces que ha usado el auto.
– La solución es que cerremos el vehículo
y te llevo a la estación de servicio más cercana, creo hay una como en 40 Km, algún
mecánico podrá ir a retirar el auto y a reparar las llantas.
– Gracias te agradezco mucho, no quisiera
molestar.
– Vamos ninguna molestia el área de
servicios está en el camino; permite que me presente, Alberto para servirte –
Encantada, Dana. Te agradezco la ayuda.
– Ven sube al auto yo paso tus cosas al
mío.
En cuanto puse en movimiento el coche,
ella inició a hablar. Me conto que vivía en la ciudad, yo le narré de mi
familia en el campo y de los viajes que hacia todos los fines de semana para
estar con ellos, hablamos sin interrupción de cuanta cosa se nos ocurriera, de
vez en cuando la miraba, veía como la falda dejaba descubiertas unas rodillas
encantadoras, sobre unas piernas firmes, algún movimiento del auto o de sus
piernas subía un poco más la falda, dejando para mi ávida mirada, unos
centímetros más su de piel aterciopelada.
–Mandaré mi hijo a recoger el auto al
taller mecánico, mi marido es de esos hombres de negocios que vive entre un
viaje y una conferencia, alguna vez por accidente, recuerda tener una familia y
pasa unos días con nosotros, pero eso si siempre pegado, del teléfono; está
firmemente convencido que sin su presencia el mundo no podría rodar.
– Soy más tranquilo –Dije riéndome – Es
cierto que algunas veces también viajo por trabajo, pero la mayor parte de mi
tiempo soy un sedentario.
– ¿Tu familia?
– Hijos e hijas casados, mi mujer muy
atareada: con nietos e hijos, con sus reuniones semanales de Canasta y té con
las amigas; alguna vez nos encontramos entrando o saliendo del dormitorio, o
sea, somos una familia normal en todos los sentidos.
Al ver como se río, de mi comentario, hizo
que también me riera con ganas. Faltaban pocos kilómetros para llegar a la
estación de servicio, paulatinamente reduje la velocidad, no deseaba llegar,
quería prolongar esto lo más posible – ¿Se habrá dado cuenta? – Ella me miró
con sus ojos marrones encendidos, mientras una sonrisa cómplice se dibujó en
sus labios, bajó su mirada y su mano rozo la mía, me di cuenta de que un
pequeño temblor la estremeció.
–¿Qué haces, trabajas?
– Soy maestra, pero ya no enseño: pinto
por placer y alguna que otra vez vendo algún cuadro, estudio en un taller de
pintura, veo televisión, reuniones periódicas con amigas; de esta manera lleno
los espacios dejados vacíos por los múltiples viajes y ocupaciones de mi marido
¿Y tú en qué trabajas?
– Yo tengo muy pocos espacios vacíos,
tengo que trabajar, soy fotógrafo, trabajo para algunas revistas y para
publicidad, tengo un estudio en el centro.
– Entonces conocerás muchas modelas
bonitas.
– Alguna que otra para algún trabajo, pero
generalmente mis fotos son paisajes, reportajes.
– Me gustaría ver tus fotos.
– A mi ver tus pinturas.
Continuamos así hablando de un sinfín de
cosas, el tiempo voló sin darnos cuenta.
– Estamos llegando a la estación de
servicio, pongo combustible al auto, luego lo estacionamos y vamos a hablar con
el mecánico, yo te acompaño. ¿De paso tomamos un café y estiramos un poco las
piernas te parece?
– Si un café nos vendría muy bien. _ El
del taller nos dijo que esto demoraría porque estaba terminando un auto de un
cliente esperando en el bar. Decidimos dejarle el vehículo y el día siguiente
yo lo mandaría a buscar por uno de mis empleados.
_ ¿Los señores desean ordenar?
– Si gracias, un café con crema y
pastelitos para la Señora y para mí un expreso y un vaso de agua mineral.
Sentados frentes a nuestras tazas de café
nos mirábamos en silencio. En qué estaría pensando ella:
–¿Dios qué me está ocurriendo? Siento que
algo me atrae hacia él, ¿será su sonrisa o su mirada escrutadora? Algo hay no
puedo dejar de hablarle, me gusta cómo me mira siento que le gusto ¡No! no
puede ser solo lo estoy imaginando, estoy dejando que la fantasía me lleve, el
solo trata de ser gentil.
¿Qué estará cruzando por su mente?
– Es bella, inteligente, cuan agradable es
el hablarle; sus ojos me miran y mi corazón se sobresalta ¿se dará cuenta ella
de lo que siento cuando nuestras miradas se encuentran? –
–Estos pastelillos me recuerdan los que
hacían las monjas del colegio para las meriendas. Con mi compañera, Fernanda,
nos metíamos a escondida en el comedor y los robábamos.
– Eres una ladrona de pasteles. – Como
ríen esos ojos y su boca se ilumina con su sonrisa –
– Yo de chico ayudaba al cura de la
parroquia en las misas y sabes me robaba parte de las ofertas.
Conversaciones intrascendentes, los dos
hablábamos por el solo placer de hablar, nos relatábamos esas cosas que nunca
se dicen, recuerdos de un pasado que no tienen importancia, solo el placer de
hablar sin inhibiciones sin pensar, solo estar juntos.
–La vez que con mi prima conocimos dos
chicos...
– No me interrumpa ahora me toca a mí, tú
ya contaste lo tuyo.
– Solo quería decirte de la vez que
jugando Baloncesto...
– Calla después me cuentas ahora me toca.
–Viste la hora debemos irnos, como corre
el reloj ¿no habrá una manera para detenerlo? En muy poco tiempo estaremos
llegando a la ciudad.
De nuevo en el auto, ella me habla, casi
ni la escucho. Vamos corriendo sobre la pista de asfalto, el sol va bajando a
nuestra derecha, iluminando de azul rojizo la campiña.
– Es muy cómodo tu auto, me gusta.
Continúo escuchando su voz, mientras no
puedo dejar de pensar en: sus ojos que me miran, sus labios, la blusa en la que
se dibuja su seno…el aroma de su perfume me invade…Qué hermosa ¿Sospechará ella
como me turba su presencia, su proximidad?
Él me está mirando de nuevo, observa mis
senos; siento sus ojos acariciar mi piel, ya no escucho lo que dice, mi corazón
se acelera, ¿qué pensará de mí? – Mira esa granja a nuestra derecha ¿ves los
cultivos de uvas? En ella se produce un fantástico vino tinto del tipo Cabernet
–Mi mano busco la de ella, la encuentro las dos se unieron, una corriente
cálida recorrió mi cuerpo–
– Esta granja, con su granero en el centro
me recuerda de una vez en que estábamos visitando en el campo la casa de unos
amigos de mis padres, el hijo del granjero, un buen mozo de 16 años, escondidos
detrás de unos árboles, me dio el primer beso, luego muy apenado bajó la vista
y me pidió disculpas ¿Cuánto tiempo pasó? mejor ni recordar.
– Te cuento, en la segundaria había una
chica muy linda, pasé meses tratando de hablar con ella, no encontraba el
coraje, al fin un sábado la invité a salir: paseamos, comimos helados, hablamos
de muchas cosas; quería besarla, varias veces lo intenté, pero el valor me
abandonaba antes de actuar. Cuando nos despedíamos frente a su casa ella se
acercó y me besó. Más adelante hay un estacionamiento con un mirador, desde él
se ve todo el valle y la ciudad, si quieres paramos y vemos el sol ponerse. Es
un espectáculo ver como el paisaje va cambiando de color.
–Sí, me encantaría, ya el tiempo no
importa.
El aparcamiento es una pequeña plaza
rodeada de árboles, con servicio de agua y aire, bancos rústicos de madera,
para que los conductores puedan descansar mientras observan el panorama, hay un
binocular de esos que con unas monedas te permite acercar el paisaje lo
suficiente como para ver la ciudad y el valle.
–Toda la vista es nuestra, mira como el
sol colorea de rojo los bosques, ¿ves el gran río que divide la ciudad en dos
partes?
– Si es bellísimo, nunca me había parado a
ver.
Con esos colores el paisaje se convierte
en una pintura impresionista. Me acerque puse mi brazo alrededor de su cintura,
ella apoyo su cabeza sobre mi hombro, quedamos los dos inmóviles, sin respirar
por el temor a romper el encanto. Los minutos pasaron, su mano estrechó la mía
¿Será así la felicidad? Acercó su cara y beso sus labios húmedos. Ella devolvió
el beso. nos abrazamos, el viento acariciaba su pelo, otro beso, otro, otro
más. El sol nos miraba complacido mientras se escondía detrás del horizonte. La
tome de la mano y la acompañe al auto, subimos sin hablar, solo silencio,
silencios llenos de deseos.
Otra vez corríamos sobre la lengua de
asfalto que nos llevaba inexorablemente al final de nuestro encuentro, la
ciudad se acercaba rápidamente, mientras la noche caía sobre nosotros. Sentí su
mirada sobre mí; ya no había conversación, sólo silencio. Tome su mano con la
mía, necesitaba romper el silencio que nos ahogaba.
– ¿Quieres conocer mi estudio? queda en el camino. – Si quiero, lo deseo.
Su mano llevó la mía y la deja sobre su
pierna, sus ojos brillaban, una sonrisa apareció en su cara. – Lo deseo, Dios
mío lo deseo, perdóname, nunca hice nada igual, no se explicarlo, pero no puedo
renunciar. –La quiero, no puedo dejarla ir, ella también lo desea. –Mi marido,
mi hijo ¿qué haré? ¿Dejar una vida por un capricho?, Por qué pienso esto, tengo
derecho a dar un sentido a mi existencia ¡Ahora! es sólo el presente, no puedo
renunciar. –
Subimos por las escaleras, tercer piso, abrí
la puerta del estudio, encendí la luz.
– Este es mi sitio de trabajo, es el
santuario donde creo mis obras de arte, mis fotos. – Es buen sitio, el desorden
me dice que eres un buen artista.
Su observación hizo que me riera, el humor
ha regresado. De nuevo conversamos alegremente, como en el primer momento; le mostré
el apartamento. – Este es el ingreso, la recepción, un escritorio y en las
paredes fotos de mis viajes.
– Tienes una recepcionista, lo veo por las
dos rosas en el florero sobre el escritorio.
– Si, una gorda muy simpática y atenta con
los clientes; éste es el estudio, una tarima al fondo con luces, spot,
reflectores y todo el equipo necesario; el diván y las butacas sirven para
descansar mientras se cambian las escenas o los modelos, las dos puertas del
fondo, una es el baño, que sirve de vestidor y el otro el cuarto oscuro o
laboratorio donde revelo y termino las fotos.
– Quiero ser modela de tus fotos.
Encendí las luces y coloque los reflectores,
tome mi Nikon y Riendo dispare dos fotos seguidas, luego la tome de la mano y
la lleve al centro del escenario. Ella imito unas poses y yo clic, clic, clic.
– Ahora desabrocha tu blusa.
– ¿Así está bien?
– No, más sexy, un botón más y baja el
tirante del sostén quiero que un seno salga de la blusa.
– Ya está ¿te gusta?
– Es hermoso. Clic, clic, clic.
– ¿Quieres me quite la blusa y el sostén
completos?
– ¡Sí! tú eres la modela, inventa las
poses, rápida el tiempo es oro.
Los dos reíamos como locos. La acaricie la
bese, clic, clic, clic...
–Ahora la falda, bájala poco a poco y
mueve las caderas bajándola...clic, clic, clic...
– Es mi turno, dame la cámara y tú te
desvistes.
Risas, abrazos, besos, risas. Me quite la
camisa y ella clic, clic, clic...
–Mi bella fotógrafa ¿te gusta esta pose?
– No, más sexy, más sexy...estos novatos
nunca aprenden, clic, clic, clic.
Besos, caricias, besos. La tomé en mis
brazos la llevé al sofá y la acosté. Mis manos recorren su cuerpo, me abraza, siento
sus manos en mis espaldas, mi corazón saltaba, se aceleraba, un escalofrío recorrió
mi espalda. – Como son suaves sus manos en mi cuerpo, cuantas sensaciones,
tiemble, había olvidado que era posible sentir este placer siento llegar el
clímax. Abrazados unidos, somos uno.
Es noche avanzada, Dana bajó del auto, con
una sonrisa en los labios.
– Hasta luego amor.
– No dejes de llamarme quiero nos veamos.
– Te llamare tengo tu teléfono.
Mientras abría el portón del edificio vio
como el auto de Alberto se alejaba y se desvanecía en la noche oscura.
Buenos días ma. ¿Ya desayunando?
– Linda mañana querido.
– Necesito tu auto hasta el mediodía ¿me
lo prestas?
– ¿No te dije? Ayer el auto se quedó con
una llanta vacía en el camino y lo deje en un taller.
–Tienes razón yo iré a buscarlo, ya hablé
con Carlos para qué me acompañe con su coche.
Señora, disculpe, la llaman al teléfono.
– ¿Quién es, quien me llama tan temprano?
– No entendí bien creo un tal señor Alberto,
no sé de cual estudio fotográfico.
–Ya le contestare en el salón ¡No! no,
espera dile que no estoy, dile que salí de viaje y no sabes cuándo regresare.
Arnaldo Mattogno
Comentarios
Publicar un comentario